jueves, 28 de octubre de 2010

MADEINUSA

"Articulo de Cesar Hildebrandt"
Deyvis (sic) Orozco, hijo de Johnny Orozco, le ha deseado suerte a Daisy, hija de Sally, la muñequita, en la larga carrera que le espera.No sé qué pensará de todo ello Darwin (sic) Torres, vocalista del grupo cumbiambero “Caribeños”, ni sé cómo le habrá chocado la ironía a Shirley Cherres, la porrista campeona de cien metros pecho, o a Francis (la amiga de todos, o de casi todos).Lo que sé es que Aristóteles (sic) Picho no tiene nada que ver con este mundo, porque él no va al brunch del “Balthazar” ni al Miami Chicken Grill y ni siquiera al family lunch del “Bravo”.Quien sí gustaría de esos lugares es el cajero inmortal llamado Cronwell (sic) Gálvez, que si pudiera seguiría luciéndose junto a Daisy Ontaneda, Jacquie (sic) Castañeda y Leysi (sic) Suárez. Y es que Cronwell Gálvez pertenece a los extramuros de la farándula, a los barracones de la prensa chicha y no al mundo serio del Apra rebelde (como Wilbert Bendezú), o al de la economía (como Dennis Falvi), o al del entretenimiento de alto vuelo (como Teddy Guzmán), o al de los deportes (como Jefferson Farfán).


De lo que resulta que en este país los apellidos Tapia se suavizan si se les antepone Jessica y los nativos Huaynalaya consiguen visa si el nombre es Robert y el castizo Lescano debe adjuntarse a un Jonhy para adquirir nombradía y si apellidas Ascensio mejor que te pongan Gregory (como a Peck) y si es Chumbiauca mejor Melany y si sólo eres León mejor Susan o Leonard y si eres Huancaya todo cambia con un Wagner: Wagner Huancaya, para servirle.¿Quién nos hizo tan acomplejados? ¿De dónde viene esa vocación de chullo pisoteado, de identidad negada? ¿Qué pensamiento mágico está detrás de quienes creen que un Jeremy puesto en la partida puede cambiarle el cutis, la chutería ancestral y hasta el destino a un compacto nativo peruano? ¿De qué vergüenzas viene esta gente?De las mil derrotas propinadas, supongo. Primero les quitaron el país, luego el orgullo de haber sido lo que fueron. Por último, les enseñaron a sentir pena por lo que en ellos persiste de mezclado y andino.Por eso torean como españoles, adoptaron a vírgenes de la península y a cristos andaluces y, ahora, remisturizados en las ciudades que no han terminado de odiar, les ponen a sus hijos nombres que –están seguros– harán más fácil su ingreso a los Estados Unidos, el sueño de más del 65% de la población peruana, el país de las oportunidades (previa estancia en Bagdad), la venganza tardía contra España, la idolatría nominal que recuerda a la Inglaterra vencedora en la guerra con quienes nos colonizaron.La enfermedad psicoanalítica del Perú no se ha estudiado todavía. Hay mucha cobardía intelectual entre nuestros intelectuales para abordar un tema que resulta incómodo porque es parte del patetismo oculto que nos agobia. Somos una comunidad rota y algunas de nuestras raíces se han podrido. Lo nuestro no es globalización sino autoestima en los suelos. Lo nuestro no es entusiasmo universal o abolición de fronteras sino ganas de seguir huyendo: por el aeropuerto (de verdad) o con el nombre (de mentiras). Ganas de seguir huyendo de lo que más tememos: admitirnos.


Mi apreciación personal sobre la lectura:


Sobre esta lectura, creo a mi parecer queda evidenciado como dice el autor el complejo de los peruanos, el querer ser otros por medio de nombres extranjeros. Este es un problema recurrente durante ya mucho tiempo, y que al parecer muchos han optado por callar y no se atreven a afrontar, pues sería muy complejo abordar esto que conlleva zanjar heridas profundas en nuestro país. Durante mucho tiempo las personas han optado por darle una connotación anglosajona a los nombres de sus primogénitos. Como dicen, cada quien es libre de ponerle a sus hijos el nombre que quiera, pero cuando se ven nombres gringos que intentan disimular de una manera tan huachafa apellidos netamente peruanos, en realidad llama la atención poderosamente.

¿Que puede haber ocurrido? Pues simplemente caemos en el acostumbrado fenómeno de la alineación. Siempre copiamos todo lo novedoso, siempre adoramos lo que venga de afuera, copiando todo lo extranjero, como renegando de nuestras costumbres, de nuestro pasado y de nuestros nombres autóctonos.

Con esto Cesar Hildebrandt nos trata de graficar el grado de negación de lo peruano al que hemos llegado, y que a fin de cuentas no somos tan peruanos y patrioteros como pregonamos. Que al fin y al cabo poco importante es sentirse orgullosamente peruano frente a un James, Gary o Brandon.

Si bien es cierto suena mejor que un Pancracio o Jacinto y es mas estilizado no es verdad que la persona puede ser aceptada fácilmente en algunos grupos, además que puedan abrírseles muchas puertas y un sinfín de posibilidades, como si esto representara un cambio en la persona, como si al poner un nombre extranjero se le cambiara el rostro y también la vida, no se puede entonces hablar de estilizar algo cuando en realidad lo único que se hace es huir de la manera más cobarde.

Cabe resaltar que el considerar la proliferación de estos nombres como algo que nos hace quedar mal y lo único que provoca es continuar con aquella negación de nuestras raíces, con esa autoestima pisoteada, con las ganas de escapar de nuestra propia realidad, de creernos otros de tratar de ser mejores; solo evidencia los complejos desde tiempos de la conquista que nos obligo a no estimarnos, a no valorarnos, a sentirnos los seres más insignificantes y mediocres, tanto que recurrimos a estos mecanismos absurdos que solo son un placebo para sentirnos mejor con nosotros mismos y amalgamar un pueblo que no se quiere realmente y cuya conciencia de pueblo unido es vaga e inconsistente.



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